jueves, 24 de mayo de 2018

Cristo nos ha marcado con un "sello" de Amor

¿Quien podrá separarnos del Amor de Cristo? ¿Alguien o algo puede hacerlo? Dice la Palabra de Dios a través del Apóstol San Pablo que nada ni nadie nos podrá separar su amor.
¿Quién podrá separarnos? Acaso la angustia? el pecado? o la muerte?
Nadie puede apartarnos del Amor de Cristo, porque Cristo entregó su vida para el perdón de nuestros pecados y murió para vencer la muerte, muerte de Cruz para la liberación de nuestras almas del poder del mal, del demonio.
¿Quien te podrá acusar delante de mí? Nadie, puede condenar a nadie porque Dios nos justifica delante del Padre. 
Por eso Jesús es bien categórico cuando en su Evangelio dice "No juzguéis y no seréis juzgados", "no condenéis y no seréis condenados".
Por este motivo, quien conoce verdaderamente el rostro de Dios que es misericordia no tiene que tener miedo ni temblar ante los "poderes de este mundo", y cuando me refiero a los poderes incluyo "el religioso".
La Iglesia ha cometido muchos errores a lo largo de su larga historia, algunos espantosos, y aún hoy, nos encontramos dentro de las comunidades personas que se atribuyen el poder de juzgar y condenar como si fueran delegados del mismo Dios, lo peor de todo es que son gente muy formada intelectualmente pero con carencias espirituales profundas porque la vida de oración verdadera te hace descubrir el "verdadero rostro de Dios".
Dios nos elige para una misión en este mundo y "nada ni nadie" podrá separarnos del amor de Cristo, ni siquiera la jerarquía de la Iglesia, muchas veces desprovista de una visión objetiva y espiritual de las personas a su cargo.
¿Saben a quién va a juzgar y condenar severamente Dios? El mismo lo dice en el Evangelio: "al que haya juzgado y condenado a sus hermanos".
Por eso hoy mi alma descansa en la paz de Dios, por eso me siento feliz de estar consagrada al Dios que decidió consagrarme años atrás y entregarme su amor. Un Dios formador en el progreso espiritual del alma preparándola al encuentro con El a cada instante.
Todos los 8 de diciembre celebro felizmente el estar consagrada a Dios como la Virgen María, ya llevo 22 años de estar consagrada al Señor, y luego de toda la paciencia de Dios con mi debilidades, por fin hoy estoy viviendo plenamente el maravilloso amor de Dios que se hace presente cada día en mi vida.
Mi voto de pobreza vivido desde mi trabajo, desde el esfuerzo y sacrificio y la austeridad que hace que el voto cobre sentido absoluto.
Mi obediencia, porque Dios siempre me pone cada día personas a quienes obedecer, personas menos formadas académicamente y mi obediencia en la humildad de cada día me eleva al Señor .
Mi castidad de experimentar cada día el Amor único y absoluto de Dios hasta que llegue a encontrarme plenamente con El.
Y mi voto de Celo vivido desde la oración y desde el consuelo y consejo que puedo dar a las personas que circunstancialmente se acercan a mí. 
Las instituciones de la Iglesia muchas veces coartan la libertad del Espíritu de Dios y pretenden encarcelarlo en normas o simplemente en una vida de pecado llevada adelante en 4 paredes, envidias, celos, murmuraciones y falsos testimonios. Todo ello prueba el gran trabajo del demonio por destruir la vida religiosa que tendría que ser el corazón de la Iglesia.
La crisis vocacional que experimentan las Congregaciones no es responsabilidad de los jóvenes, ni de las familias, Dios llama y es el único Consagrante, pero las Congregaciones religiosas no "viven" el Evangelio que "dicen" predicar, cuando la gente entra a una Congregación se encuentra con un mundo muy cruel. Se encuentra con la imagen de un Dios que condena, que tortura, que está apegado a una ley meramente humana. ESE NO ES DIOS.
La imagen de Dios es totalmente otra, Dios es amor, es compasión, es perdón...y de eso tenemos varias parábolas dichas por Jesucristo.
De a poco la vida religiosa institucional camina a su extinción si no logra superar su apego a la ley humana y su vida de pecado, en cambio, Dios sigue llamando y emerge en el mundo una vida consagrada libre, que es testimonio en medio de sus hermanos de que Dios existe y está con ellos.